Bajó del taxi, lo buscó, no lo encontró, no se resignó, volvió a buscar y en una esquina de esa glorieta estaba él, quien la había estado observando también, de acercó, cuando lo vio, por un momento dudó, el hombre que tenía enfrente no era como el de las fotos, se acercó más y dijo su nombre en tono de pregunta… ¿Gustavo?, él como si tampoco estuviera seguro, hizo lo mismo… ¿Amanda? y se acercaron más los dos.
Él no lo sabe, pero por unos segundos el tiempo no pasó, ella lo miró, y sintió y no despertó, esa visión era única e indescriptible, ella lo confundió, creyó por un instante que no era un hombre, que era un ángel o quizá hasta un dios, era bello como el Sol, tan delicado, tan suave, sus ojos verde ámbar la sacaron de toda realidad, como si una estrella fugaz hubiera pasado entre sus piernas y la hubiera alzado en vuelo hacia el espacio sideral, mirarlo era un éxtasis total.
Se detuvo el viento entre los dos, no hacía frio ni calor, él era un poema de labios rosados, era como la lluvia de verano que no se siente pero igual cae, era como un dulce, como una flor, el cabello castaño daba contorno a un rostro hermoso sin par, su piel era como transparente como si se pudiera mirar a través de él hasta el corazón, sus pequeñas manos sin labor mayor que la de la música lo hacían ver frágil, rompible, quebrable como la corteza del pan recién hecho, su nariz de ángulo perfecto era un complemento bello entre tanta perfección, no era más alto que ella pero ella no lo advirtió en ese instante, el era perfecto.
La simetría de su cuerpo era extraña, ningún cuerpo haría comunión con aquel, no había un molde para que él cupiera o camino para entrar en él, no había manera de comprender la forma y ancho de su espalda, la delgadez de su piernas sostenían el resto de su humanidad con equilibrio mayor, su pecho terminaba en un vientre de mujer, un vientre solo para una mujer.
El era un todo como el mar enorme y también era como un pequeño rincón donde sentarse para tan solo…ser, brillaba como si fuera una seda, como una piel nueva, donde nada se hubiera posado, como una tierra por descubrir, como una rosa en botón, sus orejas blancas como la nieve completaban aquel rostro embellecido ante los ojos de ella solo por Dios.
Sin embargo fue ella la quedijo algo de caminar, fue ella la que rompió ese instante, porque sintió que se perdería en ello y ella fue a encontrar no a perder.